Las grasas saturadas se caracterizan por tener enlaces sencillos en toda su estructura química, por ello, son sólidas a temperatura ambiente y en temperaturas frías.
Este tipo de grasa se encuentra en grandes cantidades en los alimentos de origen animal como carnes y productos lácteos, y en algunos aceites vegetales como los de coco y palma.
El elevado consumo de alimentos ricos en grasas saturadas es uno de los principales factores que intervienen en el aumento de colesterol LDL (colesterol malo) en la sangre, y con ello, mayor riesgo de presentar enfermedades del corazón.
Por lo tanto, es importante reducir la cantidad de grasa saturada en la alimentación, por debajo del 9% de las calorías totales diarias.
Los ácidos grasos monoinsaturados (AGM) tienen un solo doble enlace en su estructura química, situado frecuentemente en el carbono 9 de la cadena hidrocarbonada.
Este tipo de ácidos grasos no son esenciales, pero su ingesta a través de los alimentos proporciona gran parte del ácido oleico necesario para la estructura de las membranas celulares. Este es el ácido graso más abundante en la mayoría de las células del cuerpo.
(Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética [FESNAD], 2015).
Los ácidos grasos poliinsaturados tienen de 2 a 6 dobles enlaces en su estructura química. Los más importantes son el ácido alfalinolénico (ALA) de la serie omega-3 y el ácido linoleico (AL) de la serie omega-6, estos son dos tipos de ácidos grasos esenciales, es decir, que deben aportarse a través de la alimentación.
Los ácidos grasos poliinsaturados participan en el óptimo funcionamiento del sistema inmune, en la regulación de la presión sanguínea, la función renal y la coagulación, además de que son fundamentales para diversas funciones de la membrana celular.
Es importante consumirlos en una proporción adecuada.